domingo, 31 de octubre de 2010

Lo italiano en el tango


                                                             Conferencia dictada en la Universidad de Freiburg, Alemania, el 18 de octubre de 2010

El tango no es un género musical uniforme. Su identidad, lejos de ser territorial, es descentrada. Su origen reconoce la influencia de culturas diversas; su desarrollo y popularidad exigió de la legitimación en el extranjero; Carlos Gardel, imagen y emblema del tango canción nació en Francia, triunfo en el cine de Hollywood y murió en Medellín. Astor Piazzolla, acaso la última expresión creadora del tango, se crió en Nueva York y fue reconocido en Argentina después de su éxito en Europa en la década de 1980. Todo en la historia del tango parece requerir de un pie extramuros.
Tanta es la extranjería que lo habita, que en los diferentes períodos de su historia la pregunta por la identidad del tango ha sido una constante. Crisol de músicas, crisol de pensamientos, crisol de razas, de lenguas y de costumbres, aún hoy se discuten las influencias dominantes en su génesis y en cada uno de los períodos que lo componen.
La comprensión de este hecho, la pluralidad de fuerzas y determinaciones que lo habitan, no es posible reconocerlas sino a partir de la historia social y política argentina.



Es decir, es necesario salir por fuera de las creaciones del tango para poder componer las condiciones de posibilidad de sus producciones y de sus cambios a lo largo de sus más de cien años de historia.
A partir de la historia social y política argentina es posible distinguir en tres períodos del tango: el tango prostibulario, de origen y formación del género, desde 1880 hasta 1916; el tango canción, entre 1916 y 1955; y el del tango de vanguardia, desde 1955 en adelante.
1880, 1916, 1955: los años que definen las transformaciones del tango se corresponde con acontecimientos que modificaron profundamente la realidad argentina: en 1880, la unificación territorial y política y, con ello, el nacimiento del Estado Nacional; en 1916, la llegada al poder del primer gobierno popular con la presidencia de Hipólito Yrigoyen; en 1955, el derrocamiento del General Juan D. Perón.
La historia del tango está indisolublemente ligada a la historia política y social de la argentina moderna. El principio ideológico de esta historia fue enunciado por Juan B. Alberdi en 1852: Argentina ingresa al mundo moderno bajo el lema Gobernar es poblar. Es decir, inmigración. En la raíz del estado moderno argentino el extranjero es la base de sustentación económica sobre el cual va a edificarse la prosperidad y el desarrollo de la sociedad. Abrir las fronteras, incentivar la llegada de inmigrantes, garantizar su trabajo, distribuir las tierras; es decir, toda una ingeniería económica que reunía en una misma ecuación la libertad de circulación mercantil y el progreso del país.
Por lo tanto, la inmigración que llegó a la Argentina desde 1870 en adelante es el efecto de un pensamiento que se sostuvo en la práctica política, no como una medida coyuntural, sino como una decisión de Estado que comprometía los destinos de la nación. El inmigrante era necesidad y no circunstancia, exigencia vital y condición de posibilidad para la Argentina moderna.
El tango es un fruto derivado de este proceso; no sólo el tango de los orígenes sino todo el tango: la presencia del inmigrante está trazada en el subsuelo del género. Tanto, que sería imposible separar lo extranjero sin descomponer con ello al tango mismo.
Lo italiano, en la historia social argentina y en el tango, no es excepción sino trama, un tejido común que compone el cuerpo social. Por eso no es sólo integración sino que fundan una misma sensibilidad colectiva que se despliega al unísono. Es la reconfiguración de la identidad de los sectores populares, es decir, nuevos espacios de reunión, conflictos compartidos, experiencias sociales comunes, acuñada primero en los patios de los conventillos y más tarde en los barrios. El tango es la primera expresión original de esa nueva identidad. Signo de ello es el carácter decisivo que tuvieron los inmigrantes italianos y sus descendientes  en cada uno de sus períodos: la mayoría de los músicos y autores de los primeros tangos son italianos; quienes llevaban los organitos difundiendo el tango por las calles de Buenos Aires a principios del siglo XX eran italianos; Pascual Contursi, autor de la letra Mi noche triste, el inicio del tango canción, era hijo de italianos; lo mismo Julio de Caro, creador de la guardia nueva, el bandoneonista Aníbal Troilo, o los poetas Enrique Cadícamo, Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo. Nonino y Nonina, los padres  de Astor Piazzolla, también italianos.
En razón de esta importancia, en el tango, a diferencia del sainete, el italiano no es visto como un inmigrante sino que forma parte de una geografía afectiva que naturaliza su presencia. Si bien es cierto que algunas composiciones hacen referencia al drama de su inmigración[1], el modo en como lo italiano aparece en el tango no es de representación sino en una forma mucho más aguda y penetrante. Lo italiano no tiñe al tango con el color de su cultura sino que fraguan juntos en una misma creación.
En esta reconfiguración de los sectores populares urbanos, el historiador José Luis Romero reconoce dos períodos:

En el proceso que transcurre entre la década de 1880 y el surgimiento del peronismo, nos pareció que podían distinguirse dos grandes períodos: uno magmático y conflictivo, que se extendió hasta 1910, y otro más estable, de maduración y génesis, en las décadas de 1920 y 1930.[2]

Conflicto y estabilidad para los sectores populares, dos etapas coincidentes con la llegada masiva de inmigrantes (en su mayoría italianos) y con su afincamiento definitivo en el país. En la historia del tango será música prostibularia en su origen y tango canción después. Son dos períodos que se conjugan en una misma experiencia social: para el tango, para los sectores populares y para los italianos que habitan la Argentina.


Conflicto

El tango surge, de manera embrionaria, en la década de 1880 en Buenos Aires, contemporáneamente al proyecto político argentino de conformar un Estado Nacional. Su origen y desarrollo no es ajeno a las preocupaciones y conflictos que aparecen como efectos de este programa modernizador y con ello, al problema de la cuestión social que se da en Argentina a partir de dos procesos estructuradores: la cuestión urbana y la inmigración.[3]
La llegada masiva de extranjeros modifica, en muy pocos años, la constitución social argentina y en particular en la ciudad de Buenos Aires donde se instalan la mayoría de los inmigrantes. Llegan de a cientos, de a miles. Reciben de la autoridad política argentina la promesa de una vida mejor: el gobierno nacional invierte parte de su presupuesto para subsidiar la llegada de inmigrantes y abre oficinas de información y propaganda en las principales ciudades europeas para alentar la emigración.[4] Pero aquello que llegó, la promesa de una población dispuesta a ofrecer su esfuerzo y su cultura en nombre de una tierra de conquista, no fue lo esperado por la elite gobernante y lejos de ser una exitosa ecuación económica, la inmigración despertó la preocupación (y a veces la xenofobia) de algunos intelectuales y de ciertos sectores de las clases dirigentes. Lo que debía ser homogéneo resultó ser una amenaza de disolución social: el hacinamiento en los conventillos, los conflictos obreros, el incremento de la criminalidad, los problemas sanitarios, las epidemias; el extranjero era una fuente de conflictos y, a la vez, razón de la crecimiento económico. Hay más industrias, más obras públicas, el mercado está en continua expansión[5]; pero a la vez hay marginación, pobreza, enfermedad, delincuencia.
Y prostitución: las calles de Buenos Aires se inundan de yirantas, proxenetas, cafishos, prostitutas e invertidos y una verdadera industria del sexo se instala en casas de tolerancia, casas de citas, café-concert, bares, habitaciones, “lugares de diversión o de la buena vida”.[6] Entre 1880 y 1930, Buenos Aires traza una cartografía de extranjería y placer, pero a la vez de extranjería y refriegas obreras o de extranjería y enfermedad o de extranjería y delincuencia. El mal viene de afuera y atenta contra los destinos de la Nación:

Puede compararse la emigración a un río, que si bien lleva la fecundidad a las tierras y da vida a los pueblos, arrastra también detritus malsanos e influencias terribles. […] lo que conviene repetir, es el deber moral en que nos hallamos ante el mundo, como suelo receptor de aquellas lacras, y como cómplices tácitos de un crimen que obsesiona a las gentes civilizadas. […] [debemos] aplicar el cauterio en la repugnante lacra […] porque comienza a darnos un triste y penoso monopolio del tráfico de esclavas en Sud América.[7]

El tango nace como una danza propia de los ámbitos prostibularios, es decir, en espacios de marginación moral. Por lo tanto, desde la perspectiva de los sectores dirigentes será asociado con la inmigración y recibirá su condena como una amenaza contra la verdadera argentinidad. Es decir, el tango es visto como una expresión cosmopolita contraria a los intereses nacionales y, a la vez, como afirmación de una moral inconveniente.
Ahora bien, a pesar de su escasa participación en el comercio sexual y la trata de blancas, este rechazo a la inmigración a fines de la década de 1880[8] (y, como veremos, extensivo al tango) está centrado, en particular, sobre la población italiana. Las razones son diversas: el apoyo político de ciertos sectores peninsulares al ex presidente Bartolomé Mitre; el espíritu colonialista de la Italia de fines de los años ´80, opuesto al nacionalismo de la elite gobernante; “los prejuicios favorables hacia la inmigración anglosajona”; la inquietud política que provocó la realización del Congreso Pedagógico Italiano (1881)[9]. Pero, principalmente, la preocupación era por la cantidad de italianos que habitaban la argentina lo que traía una modificación en los hábitos políticos y sociales y, con ello, la pérdida de una identidad nacional. La inconveniencia de esta inmigración se ponía de manifiesto no sólo en decisiones y gestos de gobierno sino también en novelas, ensayos, artículos periodísticos o en actitudes cotidianas.
Entonces, el carácter pecaminoso del tango se reúne con la hostilidad hacia los italianos al ser considerado un híbrido musical derivado de una inmigración indeseada.

Nada más distinto de esos tangos mestizos y lúbricos que el suburbio agrigando de nuestras ciudades cosmopolitas engendra y esparce por esas tierras a título de danza nacional, cuando no es sino deshonesta mulata engendrada por las contorsiones del negro y por el acordeón maullante de las “trattorías”.[10]


Así lo describe el poeta Leopoldo Lugones en sus conferencias dictadas en el teatro Odeón y publicadas por el diario La Nación. Del mismo modo para la novela naturalista de corte darwiniano escrita por Antonio Argerich o por Eugenio de Cambaceres. Todos ellos no son sólo escritores sino también funcionarios o publicistas gubernamentales. Y en todos ellos, de un modo u otro, la sanción crítica hacia lo italiano y su relación con los sectores populares.  El ambiente del tango es calificado con los mismos adjetivos que recibe, en estos textos, la inmigración italiana: vulgar, guarango, grosero, inferior, vicioso, inauténtico, amoral, perverso.[11]
Este rechazo es la expresión de un peligro inminente: la dirigencia política argentina se siente amenazada por una nueva realidad social que cuestiona su fuerza y su poder. La conformación de los sectores populares urbanos interpela a una elite gobernante endogámica que, al amparo del higienismo postivista y de un nacionalismo incipiente, pretende resistir a este nuevo orden. La mayor preocupación es el ascenso social de estos sectores y su ingreso a espacios de poder, restringidos hasta entonces sólo para la “alta sociedad” argentina, llamado por entonces “gente decente”
La amenaza que sentían las elites se concreta, en el tango y en la vida política. Porque el tango se expande por la ciudad al ritmo del crecimiento de los sectores populares. Su carta de ciudadanía en la sociedad porteña será la ejecución del tango Independencia en los festejos del centenario en 1910. Su autor, Antonio Bevilacqua, hijo de italianos, era pianista en burdeles elegantes. Impensable: lo que era pecaminoso y lúbrico –el tango- formaba parte de una celebración oficial.
En 1916 llegará a la Presidencia Nacional el primer gobierno argentino de origen popular. Entonces, será el hijo de un inmigrante quien conduzca los destinos de la Nación. Algo inédito para la política argentina, el hijo de un extranjero en el poder y una multitud en las calles, por primera vez en la historia, aclamando al nuevo presidente.


Estabilidad

Así como es el hijo de un inmigrante quien gobierna, son los hijos de los inmigrantes quienes van a componer un tango diferente al anterior, ya no como una música destinada a reunir los cuerpos en el baile, sino como una narración que enuncia verdades. Es el origen del tango canción, es decir, el tango con letra, un periodo que se extiende desde 1916 hasta 1955.
La historia del género reconoce en el tango Mi noche triste el inicio de esta nueva forma expresiva. Pascual Contursi, su autor, es hijo de una familia italiana radicada en el sur de la Provincia de Buenos Aires y que habían llegado a la Argentina desde Nápoles a principios de 1880.
Desde entonces el tango se reconcentra sobre sí mismo, se hace íntimo, pensativo; abandona el carácter festivo de sus orígenes y edifica en su lírica un discurso de fuerte contenido moral. En su poesía, el mundo se tuerce al amparo de una ética que delimita lo que está bien y lo que está mal; todo, en la lírica del tango, reviste un carácter afectivo y con ello, un juicio de valor: la ciudad, el amor, la amistad, el juego, el pasado, el progreso, cada uno de los temas del tango canción están definidos a partir de una verdad que establece una moral para la vida cotidiana de los sectores populares.
¿Por que razón una música popular precisa de una estructura narrativa semejante? ¿Cuál es la necesidad para un orden valorativo tan preciso?
La sincronía con el primer gobierno popular argentino es clara: lo que se redefine a partir de allí es la necesidad de fundar una modalidad política inclusiva sostenida sobre valores específicos. El tango canción lleva adelante esa función en tanto construye un orden que valora ciertas formas de vínculo y desprecia otras. Es decir, es parte de un entramado político que va en busca de una sociedad que contenga e integre a todas sus partes. Por lo tanto, en la raíz del tango canción, más que la nostalgia del inmigrante, lo que está presente es la necesidad de conformar un orden moral para un nuevo sector social, todavía múltiple en idiomas y costumbres, pero unificado en una misma dirección. Es decir, un idioma común entre la realidad social y el tango para enunciar un tipo de vida compartido.
Los italianos que llegan en los primeros años de la gran inmigración se insertan rápidamente en el entramado social, se incorporan a la economía, se asientan, fundan familias, tienen hijos. La ley de educación 1420 sancionada en 1884 establece la obligatoriedad de la educación primaria; es decir que esos hijos van a la escuela pública y se forman en historia argentina, cantan el himno, izan la bandera, aprenden el idioma. Los índices de analfabetismo descienden del 78,2% en 1869 al 35,1% en 1914.[12] Reciben una formación moral y política que los enraíza y con ello, de algún modo, es toda la familia la que se hace habitante del lugar. El nomadismo original de “hacer la América” muda a una forma sedentaria en las nuevas generaciones.
El tango transita este mismo proceso, pasa del nomadismo festivo del origen al arraigo compartido que ofrece la palabra. El tango canción podría ser considerado, desde la perspectiva de Jacques Rancière, como un arte definido por ser un “régimen de mediación representativa”, un continuum entre dos modos de sensibilidad, entre “la producción artística y las formas sensibles según las cuales los sentimientos y pensamientos de aquellos y aquellas que las reciben resultan afectados”.[13]
Es a partir de esta moral que las letras del tango edifican una identidad posible para los sectores populares (del mismo modo para otras expresiones como el sainete o el cine). Por lo tanto, más que una elección estética, es una necesidad política en tanto permite diferenciarse de los sectores más acomodados, a la vez que opera como un dispositivo de unidad de clase. La legitimidad de esta identidad exige, para su circulación social, el establecer sus contenidos a partir de los requisitos de la cultura dominante; por ello, los temas principales de las letras de tango son parte de un imaginario colectivo en el que, de un modo mimético, los sectores populares reproducen las condiciones ofrecidas por aquella cultura. No con el mero fin de reproducirla sino como una forma de resguardo y protección.
En este sentido, la construcción moral que edifica el tango canción reconoce en la sensibilidad de la inmigración italiana una de sus fuentes principales. 
Me referiré aquí al tema del trabajo y el ascenso social. Tomaré como referencia para este análisis el tango Giuseppe el zapatero, compuesto en 1930 y grabado por Carlos Gardel. Su letra, escrita por Guillermo del Ciancio, refiere a un inmigrante italiano, Giuseppe, quien a partir de un enorme esfuerzo como zapatero logra que su hijo “estudie de doctor”. El tema es el ascenso social de los hijos de inmigrantes y, con ello, la salida de un mundo de pobreza, un tópico que se repite no sólo en el tango de los años ´10 y ´20, sino también en el sainete y, más tarde, en el cine.
E tique, taque, tuque,
se pasa todo el día
Giuseppe el zapatero,
alegre remendón;
masticando el toscano
y haciendo economía,
pues quiere que su hijo
estudie de doctor.
El hombre en su alegría
no teme al sacrificio,
así pasa la vida
contento y bonachón.
¡Ay, si estuviera, hijo,
tu madrecita buena!
El recuerdo lo apena
y rueda un lagrimón.


Ahora bien, como en este tango, una de las características propias de los italianos es su fuerte inclinación al trabajo.

 Desde luego que no eran los únicos pero, como argumentaba [el diario] La Patria, había dos formas de penetración de Europa en la Argentina: una, expoliadora, basada en el capital (y aquí el objetivo era los ingleses), y otra, civilizadora, basada en el trabajo. Es decir, la de los italianos. Este papel progresivo se hacía y se haría sentir sobre el gaucho (…) que en contacto con el inmigrante adquiriría “lábito del laboro, lo spiritu di risparmio e l´amore della famiglia”[14]                              

Trabajo, ahorro y familia. El italiano que habita el suelo se define y es identificado en el imaginario social de la época a partir de estos valores como regulativos de sus prácticas. Porque es en el trabajo donde se justifica y legitima su inmigración; es a partir de su esfuerzo y del ahorro que puede salir de la pobreza; la familia es una verdadera unidad productiva con roles definidos para el hombre, para la mujer y para los hijos.”Hacer la América” significaba entonces una mejor vida, es decir, crecimiento económico y ascenso social. Así lo hacen constar el testimonio de dos publicistas franceses en aquellos años:

[Los italianos] abordan el país sin pretensiones, como trabajadores; primero piden a la tierra o a un trabajo muy humilde sus primeros recursos, y al ahorro su primer capital… lo que los hace comerciantes.[15]

Es Italia quien provee la gran masa de obreros de la construcción en Buenos Aires. Los peones, los obreros, vienen de Pulia y de Calabria; los albañiles y marmolistas del valle del Po (…) El italiano llega para ganar dinero a fuerza de trabajo, de constancia y de economía.[16]

En la axiomática moral del tango el ideal que define la ética masculina es el trabajo. El modo en como lo afirma no es necesariamente directo sino que en general lo hace por contraste, a veces celebrando críticamente a quien no trabaja, otras advirtiendo sobre los riegos de pretender ascender socialmente a través del engaño o la simulación.
El trabajo es signo de vida honesta, de acreditación en la estructura social. Y aunque las letras, en general, parecen subvertir este orden, el ideal del trabajo está afirmado de un modo categórico. Por esta razón es que el tango canción anuncia continuamente los riesgos a los que está expuesto este ideal del hombre (trabajador) en la vida cotidiana: el juego, el alcohol o la ambición desmedida son las tentaciones que lo desplazan de una normalidad requerida. El tango mismo es motivo de seducción y peligro para el hombre común.
La posibilidad del ascenso social, para los sectores populares, únicamente es posible a partir del esfuerzo personal. Esa es la experiencia del tango Giuseppe el zapatero, la misma para otros italianos de su misma clase representados en novelas, sainetes y obras de teatro.[17]
En el tango canción la pobreza no es sólo una condición de clase social sino una forma de identidad que se acredita moralmente a través del trabajo. Es este el signo de la honradez e integridad del hombre pobre. Por ello cualquier forma de ascenso social que esté por fuera de la lógica laboral es reprobada y vista como el producto de una aspiración desmedida.

Don Giuseppe trabaja;
Hace ya una semana
El hijo se casó:
La novia tiene estancia
Y dicen que es muy rica;
El hijo necesita hacerse posición.
E tique, taque, tuque,
ha vuelto don Giuseppe,
otra vez todo el día
trabaja sin parar.
Y dicen los paisanos
vecinos de su tierra:
Giuseppe tiene pena
y la quiere ocultar.


A mediados de la década del cuarenta, los italianos eran apenas el 5 % de la población total. Los signos de su presencia en la cultura popular porteña se hacían manifiestos en “usos, costumbres, hábitos, gestos, formas de hablar (un castellano con cadencia italiana), una idea de familia y del rol de sus distintos miembros, una idea de Estado (o mejor una hostilidad o extrañamiento hacia él) o ciertos consumos (la comida es un buen ejemplo) (…)”.[18]
El peronismo, consecuente con el período histórico en el que surge, hizo del trabajador un sujeto político activo. En su discurso pueblo es sinónimo de trabajador. Entonces aquella identidad moral que el tango enunciaba para los sectores populares adquiere identidad política. La agremiación masiva, la importancia de los sindicatos durante el peronismo y la conquista de derechos laborales son signos de ello. Se celebra el día del día del trabajo, se elige a la reina del trabajo y se canta una marcha que reproduce los mismos valores enunciados en el tango:

Se ennoblece la vida trabajando,
Se quiere más la patria y el hogar,
Cuando el sudor bendice nuestro esfuerzo,
Cuando ganamos, trabajando el pan.[19]

La palabra que requiere el tango entre 1916 y 1955, la verdad que enuncia, es el síntoma de una nueva identidad de lo popular, una aurora balbuceante que se inicia con Hipólito Yrigoyen y que encuentra en el peronismo su modo masivo de legitimación política más intenso y decisivo.
La raíz del trabajo en el imaginario colectivo derivado de la inmigración italiana, su importancia moral y política, se hace manifiesta en el concepto con el que el lunfardo refiere a él. El verbo “Laburar”, derivado del vocablo italiano lavoro, aparece en el tango y en el lenguaje cotidiano como una expresión que define una condición para el hombre decente. “Ser un laburante”, “vivir del laburo”, son enunciados que aún hoy anuncian la identidad moral de los sectores populares.


[1] La violeta (Tango, 1929). Música: Cátulo Castillo – Letra: Nicolás Olivari.
[2] J.L. Romero y L. Gutiérrez, Sectores populares, cultura y política, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 2007, Pág. 12.
[3] Juan Suriano (compilador), La cuestión social en Argentina, 1870-1943, Buenos Aires, Editorial La colmena, 2000, pp. 1-29
[4] En 1881 el gobierno nacional destinó 190.000 pesos m/n para subsidiar los gastos de traslado de los extranjeros; en 1889 esa suma llegó a 8.750.000 peso m/n. Véase L. Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 20. 
[5] G.,Bourdé, Buenos Aires: urbanización e inmigración, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1977, pp. 179 y siguientes.
[6] A. Carretero, Prostitución en Buenos Aires, Buenos Aires, Corregidor, 1995, p. 111.
[7] Las llagas sociales, Diario La Nación, Buenos Aires, 2-9-1913, p. 11, en Yvette Trochon, Las rutas de Eros. La trata de blancas en el Atlántico sur. Argentina, Brasil y Uruguay (1880-1932), Montevideo, Taurus, 2006, pp 55-56.
[8] En el censo de 1887 el total de extranjeros constituía el 52,7% de la población total de Buenos Aires (433.375 habitantes), de los cuales el 31,8% eran italianos. Cfrme. G. Bourdé, Op. Cit., Págs. 156 y 157.
[9] F. Devoto, La inmigración italiana en la Argentina, Buenos Aires, 2008, Biblos, Págs.148 y Sgtes.
[10] L. Lugones, La poesía gaucha, diario La Nación, 16-05-1913, en H. Lamas y E. Binda, El tango en la sociedad porteña, 1880-1920, Buenos Aires, Ediciones Héctor Lucci, 1998, Pág. 131.
[11] Con estos adjetivos califica Eugenio de Cambaceres a los italianos en su novela En la sangre , escrita en 1887
[12] A. Bunge, Una nueva Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica Ediciones Argentina, 1984, Pág. 446.
[13] J. Rancière, El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010, Págs.53 y sgtes.
[14] F. Devoto. Op. Cit. 141
[15] E. Daireaux, Vie et noeurs de la Plata (1888) en G. Bourdé, Op. Cit. Pag. 189
[16] E. Girardin, Le musée Social, Memories et Documents (1913), G. Bourdé, Op. Cit. Pág. 189.
[17] Así, es posible apreciar esta relación con el trabajo en la novela de Adolfo Saldías Bianchetto, la patria del trabajo, de un modo afirmativo; en ¿Inocentes o culpables? (1884) de Antonio Argerich o En la sangre (1887) de Cambaceres, como acusación y reproche. También en el sainete La gringa (1904) de Florencio Sánchez, en Los disfrazados (1906) de Carlos M. Pacheco o en la obra de teatro El casamiento del Laucha (1906) de Roberto J. Payró.
[18] F. Devoto, Op. Cit., Pág. 378.
[19] Canto al Trabajo (1948) Letra: Oscar Ivanissevich – Música: Cátulo Castillo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Discépolo: La incomodidad de ser peronista (Parte uno)

En Argentina, todo lo que toca la palabra peronismo queda teñido: una película, un hospital, una idea, el título de un libro, una conversación, un año, una cara. Es expresión habitada, repleta, hecha de afecciones, de esperanza, de síntesis, de derrota, de incomodidad, de lo que no debió ser nunca, de lo que debe mantenerse siempre. Es la calle tomada y el espasmo por tanta insolencia; a la vez el develamiento de lo que estaba oculto detrás de la historia y también la historia, que recibe sus fechas y sus mártires y sus enemigos.
Y si la palabra peronismo tiñe es porque deja de ser una significación de raíz política para abrirse a un plano más definitivo: es toma de posición moral, un mapa de carácter valorativo, un prisma que excede el tiempo y los hechos y los nombres, para delinear fronteras, para decidir precisiones, qué es el Bien o la Verdad o la Justicia y qué o quién el mal y el infierno. Con la palabra peronismo se discute el país pero más se discute el origen y el destino, es decir, una ética del pasado argentino y de todos sus posibles. Liberación, gorila, segunda tiranía, justicia social, no son proclamas políticas sino amarras morales, para algunos, puerto de llegada, para otros, encierro. Lo mismo para Perón o Eva Perón: son estampas en un patio (él poderoso, de a caballo; ella beatificada por la lucha o por la lágrima), a las que se les ofrece el olivo de la comunión y la esperanza, un tributo que brinda identidad a una familia, como el apellido o el patio, el centro de la circunferencia afectiva; a la vez, es lo que no se nombra o se quema, o la ira, o el demonio, o el error, o la esclavitud republicana, un poliedro que reclama el derecho a existir para cada uno de sus lados, múltiple, diverso, el derecho a no ser equidistantes a un único punto llamado Perón.

La discusión política se pierde, queda casi anulada en nombre de una espesura moral que disuelve los hechos y la historia misma cuando no es más que la excusa para una argumentación doblegada previamente, sometida al imperio de lo que debe ser, en nombre de lo que debe ser: el pueblo o la libertad son sinónimos de alpargatas o libros, de liberación o dependencia, de tiranía o república, de Nueva Argentina o de Revolución Libertadora, de lealtad o de liberalismo. Se ofrecen valores, y cuando es así, siempre se lo hace desde un púlpito que convoca fieles, de un lado o del otro. Entonces, y desde esta perspectiva, en realidad no se discute, porque no hay vacíos que completar sino totalidades que oponer: peronismo/antiperonismo es una aporía política de efectos morales, una exposición ostensible de universos, que de tan plenos, ni siquiera se enfrentan.
Con Mordisquito, su personaje, Enrique Santos Discépolo es parte de esta aporía: por lealtad a Perón o por traición al arte, por convicción o por intereses, porque era un hombre comprometido con lo popular, o porque fue engañado por el tirano, por Evita o porque era débil para decir que no. Cualquiera sea la razón, lo cierto es que su carne fue elemento de disputa, convencidos unos y otros de la utilidad de tenerlo entre sus filas. Una disputa que lo excede, que lo desplaza de su centro, que lo lleva por fuera de sus letras, de su personaje, de su desdicha de amor. Por fuera de sí mismo, tanto, que la respuesta no es la palabra sino la enfermedad y su muerte, apenas unos meses después, cuando Discépolo sólo era huesos, un sobretodo y casi nada de piel.
No por destino mártir; no porque crea que el pueblo necesite de cadáveres para contar su historia. No hay víctimas en la voz de Discépolo, ni inmolación, sino respuesta, que a veces es ácida o de dolor (nunca por cálculo sino por destino); otras veces desafío, muchas cansancio o desprecio o realidad cruda, irrebatible, tantas veces inexacta. Ni en sus tangos, ni en sus obras de teatro, ni en sus diálogos radiales, en ningún lado su palabra rechaza lo que es en nombre de lo que debería ser. Acepta, reniega, ve, deriva sentencias o consejos, pero no esgrime un ideal ni habla de merecimientos. Discépolo no reclama nada, no pide indemnización, ni en el amor frustrado ni en el país que habita. Nunca es acreedor, ni el mundo le debe nada. Por eso no es débil a pesar de Cambalache o de Martirio, a pesar de su argumento para la película El hincha o la obra de teatro Blum. A pesar de su imagen, de lo que de él se decía, a pesar de las fugas de casa de su mujer Tania o de la parasitosis de su hermano Armando.
Discépolo no es débil, no es un arlequín de tristeza oculta; no es carroña de buitres ni un alma que requiera de un abrazo cualquiera. Tampoco Mordisquito es el efecto de su anemia emocional o de su catástrofe. Discépolo no necesita ni de Perón ni de los antiperonistas ni de plañideras literarias que lo rediman. Es él, uno, siempre uno. Y en su obra, de tanta pasión singular, de tanta intimidad expuesta, de tanta aristocracia sensible, sin dudas que se abraza solo. 

Gustavo Varela